El nombre del cambio: genealogía y disputa del ‘paradigma’ de Kuhn a la crisis contemporánea

Llamar “paradigma” a un modo de ver el mundo es cargar una palabra antigua con una tarea moderna: antes de Thomas S. Kuhn, paradeigma era “ejemplo”, “modelo”, una figura que se exhibe para imitar; después de Kuhn, “paradigma” nombra el armazón completo de supuestos, técnicas, problemas y estándares que hacen posible una ciencia y, por extensión, una forma de vida. ¿Por qué este desplazamiento semántico fue tan influyente que se volvió lengua común fuera de la filosofía de la ciencia? Tal vez porque intuyó algo que nuestras instituciones experimentan con crudeza: los cambios más hondos no consisten en añadir piezas a un mecanismo, sino en rehacer el mecanismo. Y, sin embargo, apenas Kuhn dio su giro, surgieron objeciones que, lejos de invalidarlo, nos obligan a pensar mejor qué queremos decir cuando decimos “paradigma”.

Empecemos por preguntarnos si un paradigma es, como temía Popper, una cápsula cerrada que vuelve dogmática a la ciencia normal. Popper sospechaba del término porque parecía dar carta de ciudadanía a períodos de “fe comunitaria” resistentes a la crítica: si la verdad dependiera del consenso, el método de conjeturas y refutaciones quedaría degradado a protocolo local. ¿Responde Kuhn a esta inquietud? De un modo indirecto: su apuesta es descriptiva, no normativa; no prescribe cómo debería avanzar la ciencia, describe cómo de hecho han avanzado grandes campos, con fases de estabilidad y torsiones súbitas. Pero el filo popperiano deja una advertencia saludable: toda comunidad tiende a proteger su horizonte de sentido; si olvidar esa tendencia nos vuelve ingenuos, absolutizarla nos encierra en relativismos estériles. La cuestión es cómo sostener la crítica sin ignorar el peso de las tradiciones.

Más radical, Feyerabend propuso que la ciencia es menos un edificio con reglas y más una ciudad turbulenta donde “todo vale” en la medida en que expanda la imaginación y desobedezca ortodoxias que sofocan. Su gesto anarquista cuestiona la regularidad que Kuhn atribuye a la ciencia normal: ¿no estaremos proyectando un orden retroactivo sobre historias que, vistas de cerca, son improvisación, retórica, error fértil? Si tomamos en serio esa objeción, el paradigma deja de ser molde que lo abarca todo para convertirse en uno entre varios hilos; entonces el progreso no sería tanto “cambio de marco” como fricción de estilos, experimentos y lenguajes que coexisten. ¿Pierde así el concepto su poder? Solo si pretendemos que explique cada detalle. Usado con cuidado, “paradigma” sigue nombrando algo real: el modo en que una comunidad estabiliza expectativas y, en esa estabilización, gana productividad a costa de ceguera selectiva.

La sociología del conocimiento fue más lejos: Bloor, Barnes y los programas “fuertes” sostuvieron que los contenidos científicos —incluidos los considerados verdaderos— deben explicarse por causas sociales tanto como los considerados falsos. Eso no equivale a negar la realidad, sino a recordar que la validación de una teoría depende de redes institucionales, aparatos de medición, lenguajes formados, patrocinios, carreras. ¿Se disuelve entonces la frontera entre verdad y poder? Foucault no pediría tanto; preferiría decir que cada régimen de verdad —lo que se puede decir, probar, instituir— está atravesado por relaciones de poder que lo configuran. Leído así, un paradigma no es solo un mapa cognitivo: es un dispositivo que normaliza prácticas y distribuye legitimidades. La ventaja de esta lectura es abrir la caja negra de la ciencia; su riesgo, si se desboca, es creer que “todo es política” y olvidar que la naturaleza resiste.

Desde una orilla distinta, las miradas decoloniales acusaron un sesgo aún más profundo: el paradigma, incluso en clave kuhniana, estaría inscrito en la historia de la ciencia occidental y, por tanto, invisibiliza otros modos de conocer —saberes indígenas, ecológicos, comunitarios— que no pasan por laboratorios ni artículos indexados pero que sostienen mundos. Si la palabra “paradigma” arrastra una colonialidad del saber, ¿conviene abandonarla? No necesariamente; conviene descentrarla y abrirla. Tal vez necesitemos hablar de ecologías de saberes, como propone de Sousa Santos: constelaciones donde cohabitan ciencia moderna y epistemologías situadas, con traducciones de doble vía. En ese plural, “paradigma” perdería universalidad y ganaría humildad.

Mientras discute consigo misma, la noción encontró un presente exigente. ¿Vivimos un cambio de paradigma? Si atendemos a Kuhn, una transición se reconoce por tres signos: anomalías que ya no caben en el marco, crisis de confianza y emergencia de alternativas que reordenan el campo. La anomalía climática ha vuelto obsoleta la promesa de crecimiento infinito; la anomalía digital —IA, datos masivos, plataformas— desafía nuestras nociones de autonomía, trabajo y ciudadanía; la anomalía social de desigualdades persistentes desmiente la narrativa de movilidad por mérito. ¿Estamos en crisis? Las instituciones acumulan desencanto; los lenguajes expertos pierden autoridad; la política se emocionaliza no porque la razón haya desaparecido, sino porque los marcos que daban sentido a la razón vacilan. ¿Existen alternativas? Se bosquejan: del productivismo a economías del cuidado y de los límites planetarios; de la opacidad algorítmica a regímenes de gobernanza y auditoría pública; de sistemas educativos centrados en la instrucción a ecologías de aprendizaje con agencia y colaboración.

¿Basta declarar el cambio para que ocurra? Kuhn advertiría que las comunidades no sueltan un paradigma por refutación lógica, sino por conversión de mundo: hay un momento en que mirar con el nuevo marco permite ver más, trabajar mejor, coordinar más eficazmente. ¿Cómo se produce ese punto de no retorno? No por decreto —ni científico ni político—, sino por un entretejido de pruebas, instituciones, incentivos, biografías que encuentran en la nueva gramática una casa más habitable. Y aquí las críticas a Kuhn vuelven a ser aliadas: Popper para recordarnos el derecho de la objeción, Feyerabend para defender el experimento heterodoxo, los sociólogos y decoloniales para exigir que el nuevo régimen no reproduzca viejas exclusiones. Un cambio de paradigma digno de ese nombre no solo reorganiza teorías; redistribuye posibilidades de vida.

¿Y qué papel tienen las emociones en este pasaje? La modernidad quiso apartarlas al cuarto del instinto; la posmodernidad las instaló en el centro, a veces sin brújula. Tal vez el paradigma que buscamos no sea la revancha de la emoción contra la razón, sino su co-implicación madura: una razón encarnada que reconozca el valor cognitivo de los afectos y una política que traduzca empatía en instituciones, no en arrebatos. La neurociencia afectiva lo sugiere desde otro frente: sin emoción no hay deliberación robusta. Lo mismo vale para el aprendizaje: los adultos no aprenden como niños, y el mundo no aprende como hace un siglo; la agencia, la experiencia y el sentido práctico importan tanto como la información. Un paradigma que no los integre quedará desfasado.

Puede que la palabra “paradigma” esté gastada por el abuso retórico, pero su núcleo sigue alumbrando: un marco no es solo un conjunto de ideas, es un ecosistema de prácticas. Por eso cambiarlo duele y libera. Duele porque desalojamos hábitos que nos daban identidad; libera porque deja respirar posibilidades comprimidas. El mejor homenaje a Kuhn no es repetirlo como consigna, sino abrigar su intuición con las críticas que lo afinan y arriesgarla en lo real: aceptar que el presente nos pide más que ajustes cosméticos y que la transición no está escrita de antemano. Si hay algo que podemos decidir, es el tono ético de ese tránsito: si será una reorganización que amplíe dignidades y saberes o un reacomodo que mantenga privilegios con nombres nuevos.

Preguntas abiertas para la reflexión: ¿Qué prácticas cotidianas sostengo que pertenecen a un paradigma en retirada y cuáles anticipan el que viene? ¿Qué voces y saberes quedan fuera cuando digo “evidencia” y cómo podrían entrar sin diluir el rigor? ¿Qué instituciones de mi entorno podrían pilotear transiciones honestas que combinen crítica, imaginación y cuidado?

Referencias (APA 7)
Bloor, D. (1976). Knowledge and social imagery. University of Chicago Press.
Derrida, J. (1978). Writing and difference. University of Chicago Press.
Dussel, E. (2015). Filosofías del sur. Siglo XXI.
Feyerabend, P. (1975). Against method. Verso.
Foucault, M. (1975). Discipline and punish. Pantheon.
Kuhn, T. S. (1962). The structure of scientific revolutions. University of Chicago Press.
Lyotard, J.-F. (1984). The postmodern condition: A report on knowledge. University of Minnesota Press.
Morin, E. (2008). On complexity. Hampton Press.
Popper, K. (1959). The logic of scientific discovery. Routledge.
Santos, B. de S. (2018). The end of the cognitive empire: The coming of age of epistemologies of the South. Duke University Press.
Damasio, A. (1994). Descartes’ error: Emotion, reason, and the human brain. Avon.